Volver a pedalear por las montañas que nos estremecieron en la juventud. De alguna manera regresar a las sensaciones de unos Pirineos inmensos. Aquellas vistas enormes, silenciosas y solitarias que nos dejaban boquiabiertos hacia el horizonte. Con el brillo en los ojos cuando superábamos un collado o una cima. Unas emociones anteriores a las famas y las gestas que inmortalizaron unos puertos míticos y atractivos en los pirineos centrales. Y al mismo tiempo, sensaciones de un Pirineo que experimentaron los pioneros atravesándolo por primera vez sobre las dos ruedas creando historia.
No más auténticos o genuinos, pues toda la cadena lo es de mar a mar. No más épicos, pues las gestas llegaron mucho antes que nosotros, pero si todavía más solitarios, más salvajes y menos domesticados. Con menos nombre.
Rebuscamos entre el anonimato topográfico, los itinerarios lógicos que idearon los lugareños para facilitar el paso entre los valles. Tránsitos entre crestas y puertos que son más el dominio de vacas y terneros, que escenarios de gestas ciclistas. Pistas entre caseríos que hasta hace poco no estaban asfaltadas y que ahora, todavía, continúan utilizándose básicamente para recoger la leche o sacar la madera de los tupidos bosques. Itinerarios estrechos y aéreos en caída hacia los valles, subidas con pendientes comprometidas y bajadas de vértigo. Balcones donde la vista se pierde en un horizonte con todas las gamas del verde. Hayas, robles, abetos, castaños, tejos, … Pistas asfaltadas por bosques donde el Sol lucha por entrar. Puertos y collados anónimos que una vez realizados no se vuelven a olvidar, como el col de Arhansus, el col de Ubarburia, el col de Sourzay, el col de Hauzay o el col de Nahala. Y en medio, etapas de enlace por carreteras locales más amplias y puertos con más nombre, como Larra- Belagua, Pierre Saint Martin o Artesiaga.
Unos y otros dentro de un territorio de cultura Euskaldún que impregna un lado y otro de la muga constantemente atravesada. Experiencias culturales y gastronómicas que enriquecen la travesía y la sitúan en su contexto. La arquitectura, las comidas, las queserías, los mitos y leyendas ancestrales… son los complementos de una ruta especial.
Y para realizar la primera edición de los Pirineos Solitarios, un reducido pero gran equipo humano que nos corroboró el acierto del trabajo y nos apuntaron las próximas mejoras. Un trabajo que cocinamos a fuego lento conjuntamente de la mano experta de Sergio Fernández Tolosa de con un par de ruedas. Con el apoyo logístico y nutritivo de Bicis en Ruta, y el ánimo y acompañamiento de Sergi, conseguimos que los participantes disfrutasen de una experiencia especial. El 20 de julio de 2020 se repetirá una nueva edición de Pirineos Solitarios con algunas mejoras.